Por Edwin Santana | Fotos: Pine Box Visual Studio para SHOWBUZZ
Me habían advertido sobre Pavel. Varias personas, que lo conocen bien, me habían dicho esencialmente lo mismo: “Ojo, que es un tipo súper buena gente y puede desarmarte no solo con sus letras y su música, también con su personalidad”. Me resultó imposible no pensar en él como un superhéroe con poderes capaces de encandilar hasta al más odioso de los mortales. Cuando lo conocí, una tarde de junio, en la sesión de fotos que acompaña a este artículo, de inmediato me di cuenta de que aquellos que me habían advertido tenían razón. Y un par de semanas después, apenas nos sentamos en sillas opuestas en las oficinas de SHOWBUZZ, le pregunté si estaba al tanto, si era consciente de su reputación de tipo bueno.
“Podría estar consciente, sin embargo, no vivo en ello”, me respondió. “Creo que una gran parte de lo que puedes invertir en ‘buena onda’ es no concientizarte de lo buena onda que la gente te percibe, porque eso se puede convertir en un arma en contra, puedes creer en algún momento que tu tienes una misión divina, que te van a canonizar por todas las cosas que vienes realizando. Y no, no es así”.
De Pavel sabía muchas cosas. Hace ya veinte años que lo conocí, no en persona, sino a través de su música, y con el paso del tiempo, escuchando y leyendo algunas de sus incontables entrevistas, lo conocí mejor. Pero aquella tarde de junio quería saber más de aquello que sabía y quizá un poco de lo que desconocía. Hacía tiempo que deseaba hacerlo, conversar con él e imprimir sus palabras en SHOWBUZZ. El lanzamiento de su nuevo álbum, De mar en bar, me pareció la oportunidad perfecta. Conversamos, y mucho. De ayer y de hoy, de esto y de aquello. De Pavel el ser humano y del Pavel que lleva ya treinta años tocando las cuerdas de alma.
Yo sé que naciste y creciste rodeado de mucha gente del mundo del espectáculo —tu tío, Yaqui Nuñez, tu papá, Pedro Nuñez— pero, que yo sepa, no necesariamente había músicos en tu familia. ¿Hay un gen musical?
Mira, de parte de mi papá no, pero de parte de mi madre, sí. El papá de mi mamá estuvo en tríos y en ese tipo de cosas. Sin embargo, yo desconocía totalmente eso. Pero por el entorno poético en el cual me desarrollé, siempre he dicho que soy uno de los artistas más privilegiados de mi generación. Porque me crié entre locos maravillosos que me enseñaron qué hacer y qué no. Tal vez mi tío Yaqui Nuñez no era cantante, ni mi papá tampoco, pero el mundo en el que se movían estaba lleno de ese tipo de personas. Y yo simplemente fui una esponja que absorbió, diría, lo mejor de ellos, definitivamente lo mejor de Luis Días, de Víctor Víctor, de José Antonio Rodríguez, de Claudio Cohen, de Sonia Silvestre, de Adalgisa Pantaleón, de Maridalia Hernández, de Juan Luis Guerra, de todos ellos. En algún momento tuve la oportunidad, aunque sin ser del todo consciente, de coexistir con ellos. En algún momento coincidimos, y algo se quedó en mí.
Grandes nombres, grande artistas esos…
En el caso de Luis Días, con él fui más fan que amigo, digámoslo así. No estoy seguro de qué tan amigo fue Luis Días de mí, pero yo sí fui su amigo. Y esto no lo digo como un reclamo, ni nada por el estilo; en ese momento en que yo lo abordaba, él estaba inmerso en un mundo muy suyo, de creación. Luis era un loco maravilloso que nos dejó como herencia un sinnúmero de luces. Y yo, obviamente, era fanático de esa forma de sentir y de esa canción que él tenía.
Pero entonces aparece Vitico [Víctor Víctor], quien me encaminó; también era mi ídolo, pero de otra manera, porque era un tipo más paternal. Al igual que mi padre, fue el abuelo de mis hijos, y esa relación me situó en un lugar muy especial dentro de mi generación. Me juntaba con “viejos”, por así llamarlos, gente que me llevaba el doble de edad, y eso, de alguna manera, me preparó para ser lo que soy hoy.
¿Qué es eso de que Yaqui te hacía aprender varias palabras al día?
Sí, pero no era tan simple como aprenderme las palabras en el día. Llegué a tener una relación de amor-odio con él por eso, porque yo pensaba, “ahí viene este tipo con su insistencia de que hay tres palabras que tengo que aprender”. Pero no se trataba solo de aprenderlas, sino de aprender a conjugarlas. Por ejemplo, las palabras podían ser, por decir algo, “magnesio”, “cloaca” y “corazón”. Tenía que darle un sentido a un párrafo usando esas tres palabras, y había veces que lo hacía, pero él me decía: “No, no, no, tú puedes hacer algo mejor”. Ahí me encontraba escribiendo hasta 15 párrafos con esa combinación de palabras, y sin quererlo o queriéndolo, él tenía una visión que yo no tenía.
Con ese ejercicio, él me preparó para ser compositor. Tenía la necesidad de que yo desarrollara el poder cognitivo para crear historias. No es lo mismo leer una historia que no te dice nada a tener una conexión real a través de la escritura con quien escucha o lee.
¿Cuál era tu hábito de lectura cuando eras niño y adolescente?
No, mi hábito de lectura en la niñez era nulo. Yo era un niño muy tranquilo, muy en mi mundo. No tenía mucho contacto con el mundo exterior. De hecho, era buen estudiante en las materias que me gustaban, como Historia y Lengua Española. Hasta ahí, todo bien, pero Matemáticas, Física, Química… no, no, no, eran un dolor de cabeza para mí. Aprendí matemáticas a través de la música, porque la música es matemáticas, y así fue como hice las paces con eso.
Pero todo lo relacionado con contar historias me apasionaba mucho, y eso obviamente me ayudó a conectar con otras áreas del arte. Sin embargo, si te soy sincero, en mi niñez no leía. Me encontré con la lectura en la adolescencia, primero gracias a Yaqui, que me inducía, y luego por una necesidad voraz que desarrollé al ver cómo eso tenía una repercusión directa en la canción. Me sorprendí al darme cuenta de que ya estaba escribiendo con un sentido más crítico; cosas que antes habría dejado en un papel ya no las dejaba pasar, y eso fue definitivamente gracias a la lectura.
¿Cómo nace el artista, el músico? ¿Precozmente agarra una guitarra, empieza a cantar? ¿Cómo empieza todo?
Mi abuela materna descubrió que yo tenía un deseo muy grande de tener una guitarra, pero en ese momento no teníamos el dinero para comprar una. Así que ella me mandó a hacer una guitarra, pero era malísima, con las cuerdas altísimas. Creo que la guitarra la hizo un tipo con cierta inclinación artesanal, pero que en realidad era un ebanista sin conocimiento de música. Era muy rústica, y con esa guitarra pasaba horas. Tenía la certeza de que iba a domar esa guitarra tan indomable, tan difícil de afinar, y esa guitarra se convirtió en mi primer reto.
Cuando logré que esa guitarra sonara como las demás guitarras que veía, con buena terminación y todo lo demás, pensé: “Mira, encontré mi sonido”. Ahí empezó mi abrazo con la música. Tenía unos 12 años. Fue en la época en que compartía con adultos de vez en cuando, y es cuando conocí a Anthony Ríos. Me impactó un encuentro que hubo entre Yaqui y él. Lo vi tocar y cantar, aunque tenía la voz un poco rota después de varias noches, me parece, sin dormir y habiendo tomado. Algo pasó en ese momento que me hizo pensar: “Eso es lo que quiero ser. Quiero tocar así, quiero transmitir eso que él me acaba de transmitir a mí”.
Pero todo explota a los 14 años, cuando, no sé cómo, recuerdo haber caído en Casa de Teatro, con esa corta edad, y coincidí con un concierto de Luis Días y su grupo Transporte Urbano. Ahí estaban los artistas del momento, porque Luis era un artista de artistas. Recuerdo haberme encontrado con Lyle O. Reitzel , que en ese momento tenía mucho éxito con Cahobazul, y de repente, miré por un lado y estaba Tony Almont allá al fondo. Esa generación de rockeros se mostraba tan devota a este personaje, y yo entré también en esa conexión cuasi espiritual. Definitivamente, eso me rompió la cabeza.
Este tipo, Luis Días, era definitivamente un cantautor urbano, que fue como terminé titulando el álbum que hice en homenaje a él. A partir de ahí, perseguí de manera insaciable hacer un proyecto hasta lograr el grupo El corredor de la 27. No es fortuito ni coincidencia que el baterista de ese proyecto sea el mismo baterista que vi esa noche en que la música me rompió la cabeza; Guy Frómeta era el baterista en ese momento de Luis Días, y hoy es mi baterista.
¿Cómo conociste al ido a destiempo Homero Guerrero?
Mira, Homero se convertiría luego en una de las personas más importantes de mi vida, porque lo conocí cuando tenía 14 años. Yo estaba en el colegio y vi a este rockero que me llevaba unos cuantos años; él ya tenía sus 18 o 19 años y un nombre en la escena, aunque fuera underground. Era un tipo que por la noche era rockero y por el día, compositor trovador. Compartíamos muchas cosas sobre la trova y la forma de ver la canción. Así que hicimos un proyecto al que llamamos Código genético, que nació como un proyecto alternativo de fusión. Mezclábamos ritmos dominicanos, un poco de blues, funk, y como todo joven, experimentábamos con sonidos que nos pudieran llevar a algo más.
Empecé con Homero, tanto así que él me iba a buscar varias veces al colegio. Me acompañaba a los ensayos porque teníamos un televisor, uno de los pocos que podían conseguir estos rockeros. Era una época en la que la escena rockera dominicana estaba en decadencia, aunque luego tuvo un resurgimiento cuando aparecieron en la escena grupos como Tribu del Sol y Aljadaqui.
Yo pertenecía a esa generación y comencé a tocar principalmente con este proyecto fuera de la ciudad, en lugares como Puerto Plata y Cabarete. La escena comenzó por ahí. Cuando uno de los integrantes del grupo se fue, Homero y yo continuamos con el proyecto y lo renombramos Los Fulanos. Como Los Fulanos, duramos uno, dos, tres años. Luego me fui a Estados Unidos. Tuvimos, qué te digo, dos o tres personas que nos seguían, y en los conciertos que llegamos a hacer en Casa de Teatro en esa época, en el más exitoso, quizás había 20 personas, pero éramos felices con eso. De hecho, salíamos de ahí creyéndonos la película de ser rockstars, pensando: “Se llenaron 10 mesas”.
Luego me fui a Nueva York a estudiar Dirección Coral. Quería entender cómo los Beatles hacían sus arreglos vocales. De hecho, ni siquiera quería prepararme para ser cantante, sino para ser coach vocal, un trabajo muy poco valorado en la industria, pero muy noble y necesario. Es un trabajo donde diriges a los cantantes en los estudios, ajustando detalles, guiándolos. Fui a Nueva York a tomar un curso técnico que no requería validación de tu origen, podías aplicar directamente. No era un diploma profesional, pero tenía muy buenos profesores, muchos de ellos con experiencia en Broadway.
Ahí conocí el teatro musical, que antes no conocía de manera consciente. Pero en Nueva York no la pasé tan bien, porque tuve que trabajar para costearlo. En las noches me iba a Soho a ver buen jazz, y ahí se me iba el sueldo. Cuando me vi en apuros económicos, pensé: “Este es el momento de regresar a casa”. Al volver, ya no vi el proyecto de Homero y mío igual, así que decidí hablar con él y le dije: “Creo que puedo hacerlo como cantautor y quiero empezar”.
Toqué la puerta de Casa de Teatro, que en ese momento empezaba a tener eventos fijos. Los lunes eran de Lenin Abreu, los miércoles de Zaid Carbonell (un cubano que se nacionalizó aquí y luego se fue a España). Freddy Ginebra me vio cantar con Lenin un lunes y me preguntó: “¿Dónde estás metido?”. Muy ingenuo, le respondí: “En mi casa”. Empezó a hacerme un montón de preguntas y caímos en cuenta de que yo era sobrino de Yaqui. Freddy me dijo: “Muchacho, espérate”, y logró que José Antonio Rodríguez y Víctor Víctor me invitaran a un show en uno de los aniversarios de Casa de Teatro; para ser exactos, en el número 25. Me invitaron a cantar mis canciones en ese show y de repente empezó a surgir un murmullo de que había un joven que hacía canciones propias.
Eso fue un antes y después. Freddy me dio los sábados en Casa de Teatro. Un sábado había dos mesas, otro sábado solo una. Freddy, que aún hoy es uno de los mejores coaches que puedas imaginar, me decía: “Tú no te imaginas la cantidad de gente que me ha llamado, diciéndome que vienen la semana que viene”. Y yo me iba ilusionado. Hasta que un día, alguien me pidió una canción de Silvio Rodríguez que no tenía en mi repertorio. Para no perder la atención, le dije: “No tengo esa canción de Silvio, pero te voy a cantar una mía a ver si te gusta”. Y canté Ahora que vuelvo, tonto, basada en un cuento de mi tío René del Risco Bermúdez. Esa persona quedó tan impactada que la semana siguiente volvió con diez personas. Y a la semana siguiente ya eran 30. Cuando llegamos al final de ese año, Casa de Teatro no daba abasto cada sábado que yo me presentaba, y ahí comenzó la construcción de lo que definitivamente me convertí.
Hay varios puntos de quiebre en el camino, y ese es uno de ellos. La noche del sábado se volvió tan famosa que empezaron a llegar artistas, y así fue como llegó Danny Rivera.
“Buen hijo de la Zona Colonial”, te dicen. ¿Tú te criaste ahí?
Sí, me lo dicen mucho, y al final terminó en mi biografía porque era tan repetitivo. La gente siente que yo nací ahí, y realmente sí, nací y me crié allí. Hasta los 17 años, nunca salí de la Zona. Ahí fue donde crecí. Soy el único de los cantantes que salió de Casa de Teatro que realmente se crió por ahí.
El barrio que describes en Paso a paso, ¿tiene algo que ver con tus vivencias?
Hay un poco de fábula, pero definitivamente sí. Hay algo muy claro, ahora que lo mencionas. Hay un gran porcentaje de verdad. Mis grandes amigos de la infancia coexistían en todos los “San” de la Zona Colonial: San Carlos, San Lázaro, San Miguel, Santa Bárbara. Ahí estaban mis amigos. Tal vez uno de los “San” era más peligroso que otro. Escuchábamos historias muy continuas de San Carlos. Si nos íbamos a Santa Bárbara, tal vez pasaban algunas cosas por ahí. San Antón también tenía su historia. San Miguel era un poco más tranquilo, y San Lázaro era como un punto intermedio. Así que coexistía con todos esos “San” en la Zona Colonial y luego me entregaba a esta vida artesanal que pasaba un poco más abajo, ya en el corazón de la Zona.
Todos los barrios que rodean la Zona Colonial tienen sus historias, unas más feas que otras. De ahí sale Paso a paso, una descripción de este tipo que vive ahí, pero que tiene la posibilidad de ir a un colegio de clase media alta. Por eso, cuando volvía en la “guagua” del colegio a mi realidad, lo que encontraba era ese “paso a paso”.
Crecí en la Zona, pero con una realidad diferente a la de mis amigos. Durante los fines de semana iba a La Castellana, donde vivía mi papá con su familia y mis hermanos. Esos dos mundos coexistían en mí. Soy como Bruce Wayne y Batman, viviendo en dos realidades diferentes. Eso fue un punto de quiebre en algún momento de mi vida porque no sabía con cuál mundo me identificaba más: si con el de la precariedad absoluta, que me mostraba la enseñanza de la vida, o con el de la abundancia, que me mostraba la vida escolar. Fue algo interesante y difícil de manejar, porque al final siempre me sentí más del lado social. Ahí había menos prejuicios; el abrazo ahí era un abrazo sincero.
¿Quién se involucró en la producción de tu primer álbum? ¿Cómo se materializó ese proyecto?
Tocaba con Karel Kalaf en Casa de Teatro, y de ahí surgieron otras oportunidades, Karel y yo tocábamos solos, guitarra y voz. En una de esas tantas noches en Casa de Teatro, Rafa Payán vino a vernos y me dijo: “Yo estoy viviendo ahora con Guy Frómeta como compañero de cuarto”. En ese momento, Guy vivía en Naco y Rafa estaba pasando una temporada allí. Me propuso que fuera a su casa para ver si podíamos hacer algo juntos. Ese “alguito” se convirtió en Paso a paso y Los fantasmas, las dos primeras canciones que grabamos como demo en una Tascam de casete de ocho canales. Grabábamos en casete esas ideas, que terminaron viendo la luz en el estudio de Chichi Peralta. Víctor Víctor eligió ese estudio para nosotros cuando se convirtió en nuestro asesor en RCC Records, durante la época en que pertenecía al grupo Baninter.
Pasó el 98, y a mediados del 99, Víctor Víctor me dijo: “Se está creando una disquera que es la única que puede firmarte, porque no tiene los prejuicios de las demás disqueras”. Ya Víctor Víctor se había empoderado conmigo. Me dijo que si íbamos a Sony o a Universal, me podrían firmar, pero también me podían engavetar porque era muy “raro”. Me decía: “Tú eres dominicano y no eres bachatero ni merenguero; eres cantautor, pero también rockero, y no lo suficiente como para no ser melódico, pero tampoco tan melódico como para cantar baladas solamente. Eres muy extraño como producto. Ese tipo de productos, con tanta personalidad, asusta a las disqueras. Eres como un sancocho, no estás muy definido”. Recuerdo que me hacía bullying y me decía: “Deja de escuchar tanto a Silvio Rodríguez”.
A Víctor le encantó lo que logramos con pocos recursos y decidió decirle a la disquera: “Este chico tiene una canción que se llama Te di , en la que confío”. Yo confiaba en Paso a paso, pero nunca vi el potencial en Te di. Primero, es una canción larguísima, que no repite acordes ni letras. Es una historia de principio a fin, y el coro es enorme. Lo que la gente llama coro en esa canción es interminable. Le llamo el efecto “Pedro Navaja”, como esa salsa complicadísima de siete minutos.
En Te di, experimentamos mucho. El solo de guitarra se grabó al revés. Rafa, experimentando en el estudio, le pidió al ingeniero que pusiera la cinta al revés, y él iba a tocar nota por nota para ver cómo sonaba cuando se invirtiera la cinta. Por eso, las notas del solo suenan como si estuvieran “yéndose”. Tiene una fuerza única, un efecto similar al que logramos en La muerte de Martín. En esa canción, rescaté un merengue y lo llevé a su zona de sufrimiento, partiendo de lo que decía Yaqui Núñez: que el dominicano es de los pocos que pueden bailar su pena. Cuando escuché La muerte de Martín, entendí a qué se refería mi tío; es una canción sobre la muerte, y la gente se ríe del llanto y baila el merengue. Decidí sacar a flote el sufrimiento verdadero de esa canción, y creo que lo logramos. Si escuchas esa canción ahora, en la atmósfera del arreglo y todo lo que se logró ahí, puedes notar cómo el sufrimiento se convierte en algo que la gente puede bailar.
Te di fue una canción muy personal, un gran desafío. Estaba tan predispuesto con esa canción que incluso me ofendía mientras la componía. Siempre he dicho que esa canción tiene vida propia, y me lo demuestra cada noche. Tengo dos tipos de seguidores: los que siguen mi carrera y los que siguen Te dí. Esa canción tiene vida propia. Era una canción con la que discutía mientras la componía, porque estaba en una zona de conflicto.
¿Quién inspiró esa canción?
No fue una persona específica quien inspiró la canción. Fue alguien que llegó a mi vida de manera muy intensa, pero no duradera. No puedo decir que fue una relación larga o significativa en términos convencionales, pero su impacto fue lo suficientemente fuerte como para dejarme esa canción y otras. Estoy convencido de que esa inspiración me la mandó el dios de la música.
Recuerdo que le expliqué esto a Víctor Víctor, y cuando le conté, me dijo: “Eso te lo inventaste para justificarte”. A partir de ahí, desarrollé un mecanismo de defensa para proteger mi imagen, para no cambiar “viento” por “aire”. Todavía lo menciono en los conciertos, y a mi favor puedo decir que hoy en día, mucha gente, cuando escucha esa canción, siente que respira el viento. Es importante entender la imagen en construcción. La frase “el viento sigue intacto para respirarlo, solo faltas tú”, es una manera de decir que esa persona era mi oxígeno en ese momento. Logré, con esa frase, lo que considero uno de los atrevimientos poéticos más importantes de mi carrera. Es algo bonito que la gente cante esa frase sin reconocer el error que hay en ella.
¿Has tenido una lucha similar con otra canción?
Sí, con Te me perdiste, por ejemplo, la canción que canto con Danny Rivera. Y más recientemente, con Tengo, unos 20 años después. Estas canciones son retadoras, te invitan a explorarlas; son canciones que te componen a ti, no al revés. Es como si fuera un puente para un mensaje poderoso que no me pertenece, que va más allá de mí. Te me perdiste me encontró, más que yo encontrarla. Desde el inicio, la frase “se me perdió tu nombre” refleja esa idea de perder algo importante, como si fuera una respuesta a Te di años después.
Después de convivir mucho tiempo con Te di y aceptar que no iba a hacer una canción mejor, nace Te me perdiste. Llegué a la conclusión de que puedes hacer una canción mejor que Te di, pero eso no significa que será más famosa. La fama no determina la calidad. Y en ese intento, nació Te me perdiste.
¿Cómo conoces a Danny Rivera?
Conocí a Danny Rivera en Casa de Teatro una de esas noches. Recuerdo que me hizo la misma pregunta que Freddy Ginebra: “¿Dónde tú estabas metido?” En ese entonces, yo era muy literal, así que le respondí: “¿Yo? En mi casa”. Danny se dio cuenta de mi inocencia. A diferencia de Freddy, que se lo tomó con humor, Danny decidió unirse a esa inocencia, lo que demuestra una de sus grandes virtudes.
Danny me preguntó si tenía un pasaporte, y cuando le dije que sí, continuó preguntando si tenía visa estadounidense. También le dije que sí. A partir de ahí, fue él quien me invitó por primera vez a Nueva York, para un concierto que tenía en el Apollo Theater. La primera vez que canté en un teatro no fue en mi país, sino en Nueva York, gracias a Danny Rivera. También fue el primer artista que me invitó al Teatro Nacional.
Es irónico y a la vez gratificante que, aunque soy dominicano, fue Danny, que se hizo dominicano por elección, quien me llevó a esos escenarios tan importantes. De hecho, cuando Danny decidió firmar para obtener la nacionalidad dominicana, Freddy Beras-Goico y yo fuimos sus garantes. Llegamos a un nivel de amistad y profundidad tan grande, que él fue quien me enseñó el valor de vivir dignamente de lo que te apasiona. Me dijo: “Lo que dignifica al cantante es cobrar por lo que le genera pasión. No se trata de precios, sino de valor”. Esa lección me cambió por completo, me puso en una actitud productiva, incluso antes de que existieran Paso a paso o cualquier otro disco.
Por eso, cuando me dieron el premio en el 2000 como Revelación del año en los Premios Casandra, me preguntaba por qué lo recibía si aún no tenía un disco. Pero estaba tan presente a través de figuras como Freddy Ginebra, Juan Luis Guerra, Víctor Víctor, que insistía en que la gente debía verme. Víctor me llamaba “gnomo” y decía: “Tengo un gnomo ahí que te va a joder cuando te cante una canción, porque uno se amarga desde que lo oye”. Siempre defendió que yo tenía una voz de bachatero, aunque fuera rockero. Me decía que esa bachata en mi garganta no me iba a dejar vivir, y que terminaría cantando bachata, lo cual terminó siendo cierto, aunque no me quedé ahí.
Al final, toda esa trova, toda esa rebeldía de no querer ser como todo el mundo en mi entorno, fue lo que me llevó a ser notorio. Creo en el poder de nadar contra la corriente.
Confírmame, ¿tú te involucraste en la producción de un álbum de Danny?
Sí, Danny estaba trabajando en un álbum de boleros, tanto de clásicos como inéditos, aunque nunca llegó a sacarlo. En ese proyecto había verdaderas joyas. Ya con la amistad que teníamos, me fui a Puerto Rico, donde él tenía su casa en la montaña, y le canté Te me perdiste. Le dije: “Mira, Danny, yo creo que hasta la fecha esta es mi mejor canción”. Quizás cometí la arrogancia o el desliz de decirle eso, pero se la canté y le dije que mi sueño era que un artista como él la cantara.
Danny me miró, y en lugar de aceptar mi propuesta, me dijo: “Mira, esa canción es tan linda que quiero cantarla en dúo contigo”. Yo, por dentro, pensé que era una forma bonita de decirme que no le gustó la canción. Regresé a casa pensando que no lo había logrado, pero no sabía a qué gran corazón me estaba enfrentando.
Tiempo después, Danny me llamó y me dijo: “Flaco, ¿cuándo vamos a grabar la canción?” Yo, como buen dominicano, le dije que todo estaba listo desde el momento en que él me dio el sí, aunque en realidad no tenía nada preparado. Hablé con Luis Payán y David Vásquez, quienes estaban produciendo el álbum Atlantis conmigo. Ellos entraron en pánico y dijeron que no teníamos el sonido adecuado para acompañar a alguien como Danny. Entonces, buscamos a Juan Francisco como guitarrista, y él grabó su parte.
Después de eso, llamé a Danny, y fuimos al estudio que tenía Juan Luis Guerra en la emisora Viva. Luis Mansilla, conocido por su trabajo en el dúo Luis y Javier, fue el ingeniero de grabación. Nos regaló tres horas de su tiempo para que grabáramos. Aunque yo ya tenía mi parte grabada, Danny insistió en que debíamos hacerlo a la vieja escuela, grabando juntos en una sola toma. Imagínate, yo estaba trabajando con uno de mis ídolos, y mis piernas temblaban.
Lo que escuchas en esa grabación es exactamente lo que grabamos en ese momento, sin ninguna edición en las voces. Creo que por eso esa canción es tan poderosa. Se convirtió en un hit entre el público especializado.
Muchos años después, grabé Tengo, a dúo con Andrés Cepeda, que es un bolero que de alguna manera responde a Te me perdiste y Te di.
Aquí en SHOWBUZZ podemos hacer un “Top five” de Pavel según nuestro criterio. Yo prefiero que tú me lo des.
Bueno. Ok. Número cinco: Te di. Número cuatro: Viene gente. Número tres: Sin ti estoy mejor. Número dos: Agonizando. Y número uno: Te me perdiste.
Te me perdiste está en constante atrevimiento poético. Y es algo que yo definitivamente no he vuelto a hacer en ninguna otra canción. Esa canción me edifica por muchas razones. Primero, canté con uno de los tipos que más he querido en esta industria. Segundo, es una canción tan lapidaria, diría yo, que difícilmente pueda concretar una canción igual.
Déjame hacerte una pregunta. En tu vida y en tu carrera, te has encontrado, te has cruzado con gente muy buena. ¿Cómo ha afectado eso tu forma de ver la vida?
Sí. Muy, muy buenas personas. Y muy buenos artistas, pero mejores personas. El caso de Franco De Vita es una cosa espectacular. Espectacular. O sea, un tipo que diga, “Mira, te vas de gira conmigo.”
Mira, yo no tengo opción de ser malo, yo no me lo puedo permitir ni perdonar. Es que yo recibí tanto que… que no es posible. No es posible porque es que he tenido muchos ejemplos.
Cuéntame de ese gran proyecto en tu carrera que fue Big Band Nuñez.
Palabras mayores… El primero fue en 2007 y se hace la segunda edición en el 2012. Se reproduce desde 2009 hasta 2010 en HBO Latino, en 2013 lo repiten y eso me hace merecedor de un Emmy. Y ello coincide con mi primera nominación al Latin Grammy, como Mejor álbum de cantautor.
Big Bang Núñez nace de una experiencia desafortunada en Nueva York. Me fui con mi grupo —Rafa Payán, David Vázquez, Luis Payán y Guy Frómeta— a un evento que, aunque lleno de gente, terminó mal por un problema de pago. El promotor me ofreció solo una parte del dinero acordado y, de forma amenazante, me dijo que o aceptaba eso o me enfrentaba a una situación aún peor. Esa experiencia me desilusionó tanto que pensé en dejar la música y regresar a mi hogar.
Mientras me dirigía al aeropuerto en 2006, empecé a ver carteles de David Foster y de Michael Bublé. Vi cómo se promocionaba un álbum de Bublé y me impresionó la calidad del sonido. En medio de esa mala noche, me dije que mi próximo proyecto debía ser así de grande, para evitar pasar por una experiencia similar.
Decidí crear algo único, un proyecto que reflejara mi visión. Me junté con Manuel Villalona, Gina Giudicelli y Allan Leschhorn para armar el concepto. Y con Rafa Payán como productor musical, Sandy Gabriel para los arreglos de metales y un equipo de dominicanos, logramos convencer a una empresa de telecomunicaciones para apoyar el proyecto. El 16 y 17 de noviembre de 2007, hice la primera puesta en escena de lo que se convertiría en mi gran éxito.
El concierto, grabado en un solo día, se convirtió en un momento definitorio. Luis Enrique, que participó en el concierto, y Danny Rivera, que también estuvo presente, hicieron que el evento fuera aún más especial. Este proyecto marcó un antes y un después en mi carrera. A partir de ese momento, mi música empezó a difundirse internacionalmente, gracias a compatriotas que llevaron mis discos a otros lugares. Me convertí en un artista conocido, no solo en la República Dominicana, sino en otros países, y empecé a ser el vocero romántico de una generación que hasta entonces solo bailaba. Mi música pasó a ser una parte importante de sus vidas, no solo para bailar, sino también para sentir.
Hablando de eso, ¿tú estás soltero?
En este momento yo estoy en una, en un enamoramiento de mi silla, de mi espacio, de mí… Y mira que no es cliché. Es como cuando tú te cansas de remar, que tú estás como que tú dices “yo tengo que dejar de tener miedo y hacer una introspección”, y ver que es lo que yo puedo ofrecer y lo que me pueden entregar, porque de verdad yo me considero un tipo que se le daña la brújula a veces dentro de tanta música y de tanto entregarme a este amor infinito que para mí es la música.
Entonces ahora mismo estás como lo que publicaste have poco en Instagram: “No es opción detener la vida, pero sí es bueno de vez en cuando tener claro la pausa, el análisis, los pasos a dar, y respirar y recordar que ‘el ser humano no olvida, solo deja de pensar’.
Yo estoy ahí porque de vez en cuando, Edwin, es muy bueno eso, te oxigena, y te ayuda a ver qué es lo que la gente no entiende de ti. Y, no menos importante, lo que yo no estoy entregando a mi hija en este momento, yo en otro momento de mi vida no habría podido.
Tus hijos… Ariel David está en Berklee estudiando música. ¿Fue eso natural o hubo un empujón…?
Yo no podría convencerlo de que toque como toca; definitivamente eso tiene que nacer con pasión. Y esa pasión lo lleva a ganarse la beca de la colegiatura. Obviamente, todo lo demás hay que suplirlo; la gente cree que una vez tienes la beca de la colegiatura cubierta al cien por ciento ya todo está resuelto, y la realidad es que no es así. Yo me concienticé de que eso cuesta, y obviamente no era una opción que él no pagara el precio. Porque si no lo pagaba, a lo mejor no estuviese defendiendo tanto ese perfil del tipo que quiere conseguir algo en Berklee, del tipo que quiere salir de Berklee con una preparación amplia y convertirse, quién sabe, en el hacedor de música para películas. Esperemos que sea importante para nuestro país, o a lo mejor no. A lo mejor se voltea otra vez y dice que lo que quiere ser es cantautor; y lo haría, porque la madera está aquí.
Y tu hija, Abril… Me dijiste hace un rato que cuando concluyamos vas a buscarla a clases de teatro musical. ¿Cuántos años tiene?
Tiene trece. A veces viene conmigo. De alguna manera me dieron ese regalito. Abril ya se perfila como una actriz que se lo está tomando en serio y que puede vivir de eso.
Cuéntame de tu último álbum, De mar en bar, lanzado a finales de mayo. Hay todo un concepto detrás…
De mar en bar termina siendo mi regreso a esa Zona Colonial que no ha cambiado. A la Zona Colonial la rompen, le ponen cositas nuevas, pero lo que pasa sigue siendo lo mismo. Y seguimos, a través de este foco cultural llamado Casa de Teatro, tomando eso como tribuna, lo que decidimos vivir del arte, el oficio del arte melódico. Yo creo que De mar en bar me lleva a ese puerto. Por eso el mar, el barco, esa cosa que es tan importante… Este es el álbum, yo diría, más rockero de los que he hecho después de que soy cantautor. Antes sí era más rockero que ahora, pero este es el álbum que viene con una versión de guitarra muy guitarrera, con una personalidad muy de ese tipo que a pesar de hacer cosas tropicales, que a pesar de atreverse a desdoblarse para hacer otras cosas, no ha dejado de ser ese cantautor, ese cronista romántico que puede hablar de otras relaciones. Muchas de las canciones para llegar al papel pasan por la piel, pero hay buenas películas, hay buenos libros, y De mar en bar es el compendio de todos esos buenos libros, de esas buenas series, de esas historias prestadas de amigos que le han pasado muy mal y que tú les sirves de consejero. Y, como no, de esas heridas que cicatrizan y que, de alguna manera, te dejan con ganas de hablar de ellas.
El pendejo es el primer sencillo de los seis que contiene del álbum. Coméntame por favor de su letra.
El pendejo es el tipo que se da cuenta de todo lo que le falta, pero que está consciente de todo lo que no quiere. Yo ahora mismo estoy en ese momento. Entonces, ese soy yo. Y mira, te voy a revelar aquí, para que escribas de eso ampliamente, cómo es el vídeo de esa canción, que aún no ha salido. El vídeo soy yo en una cabina telefónica, de esas viejas, llamando al Pavel del 2000. Y le empiezo entonces a cantar la canción, porque es una canción al amor propio.
¿Qué le diría el Pavel adolescente al Pavel de hoy?
Sí, mira, yo creo que ese tipo definitivamente me diría que no cambie. Esa sería su primera petición. Pero es imposible no cambiar. Uno va cambiando. A lo mejor podría cuestionar mi flexibilidad, esa que no tenía antes; yo era muy terco al principio, por el camino que seguía. Y ya hoy negocio un poco. A lo mejor me cuestionaría eso y me diría: “¿Por qué tú cambiaste? Eso te llevó a ser quien eres hoy, pero ¿quién eres hoy? Sin negociar, ¿lograrías lo mismo?” Eso hay que preguntarse. Entonces, creo que me cuestionaría también por qué he perdido un poco de capacidad de asombro, algo que es natural con el tiempo. Yo tenía una capacidad de asombro muy viva. Hoy en día no la tengo tan viva. Y yo creo que, más que decirme algo, él me haría muchas preguntas. Me preguntaría por qué creer en algo que a veces se pone difícil. Creo que, en la medida que las cosas se vuelven difíciles, de cierto modo te obsesionas. Yo me declaro obsesionado totalmente con mi oficio.
¿Tú crees que otro hubiera tirado la toalla en algún momento de tu carrera?
Definitivamente. De hecho, he visto a muchos tirar la toalla por cosas menores de las que he pasado. Yo tengo no sé cuántas hectáreas de agua sembrada de tomate; conozco casos de gente que, de repente, se van a la empresa de la familia si la tienen, personas que tienen una carrera de ingeniería y hoy en día son ingenieros y no vuelven más a esto.
¿Tú crees en el destino?
Mucho, mucho, claro que sí. Yo creo que hay cosas que son causales, no casuales. Y yo creo que la causa tiene que tener algo de magia, porque si no, ¿qué sería de lo causal si no hubiese algo divino? Yo creo, Edwin, que nadie llega a tu vida porque sí. Sería muy aburrido todo, muy mecánico, que estuviésemos aquí haciendo esta entrevista sin un propósito. No, no, no.
Retornas al rock y a la Zona Colonial en tu último álbum. Pero, ¿cómo ha evolucionado tú música?
Evolucionar sobre un mismo eje es algo muy difícil porque al final yo sigo siendo el tipo que juega con emociones hasta el punto de que la melodía en sí tenga una personalidad, y yo doy muchas gracias por eso, porque lograr que algo se parezca a ti en estos tiempos es muy difícil, aun con influencias. La raíz está en Silvio, está en Luis Días..
Entonces, aunque tú tomes todas esas fuentes, lograr que eso tenga un sonido propio es muy difícil, y muchas veces evolucionar se hace también un poquito dificultoso. Yo creo que mi música se ha convertido en algo mucho más creíble y más honesta, porque está ya vestida de conocimiento de causa. Antes yo estaba en búsqueda. Ahora yo sé por dónde yo quiero ir y eso convierte a mis discos algo mucho más honesto. Porque cuando yo quise hacer cosas tropicales, lo hice desde la emoción. Esto es algo que yo le debo a Vitico [Víctor Víctor].
Cuando lanzas tu primer disco, ¿cuáles son las mayores influencias ahí a nivel musical?
Los Beatles, Eric Clapton. Y el blues la salsa. Y también los brasileños entran en un espacio. Hay una canción en ese primer disco que se llama Ni en pintura que habla de toda esa influencia brasileña en mi música.
Y hoy, ¿a quién sumamos como influencia?
Lo lindo que me ha pasado a mí en la vida es que mis superhéroes de cabecera terminaron siendo mis amigos. Eso me llena de propósito, tener como amigos a Carlos Varela, Pedro Guerra, Jorge Drexler, gente de la que yo de verdad he recibido una influencia maravillosa. Me coloca a mí en un punto de agradecimiento absoluto. Yo no tengo nada que reprocharle a mi recorrido. El privilegio es la conciencia del agradecido. Sí, el privilegio es la conciencia de ese tipo que entiende que el agradecimiento existe. Y sin agradecimiento no hay corazón. Lo que hay es gente ahí existiendo hasta que le toque el punto de partida.
La vida, ¿te la tomas como ese gran éxito tuyo, “paso a paso”?
Paso a paso predijo cómo iba a ser todo. Ahí yo no sabía todavía que mi carrera iba a ser así, pero mi carrera ha sido constante. Ojo, me he desesperado, pero encuentro el punto de centro otra vez y digo, “pero… paso a paso”. Llegar ahí no es un proceso que se aprende, es un nivel de conciencia de entender también que no todo es posible, porque yo creo que el mundo está lleno de gente que entiende que lo imposible se puede lograr. Y saber que hay un positivismo tóxico también, al cual uno tiene que renunciar.
¿Eres bohemio?
No, no. Porque cuando en una familia dicen, “él es medio bohemio”, no están hablando bien de ti. Yo soy cantor y los cantores le caemos bien a los bohemios.
¿Romántico?
Totalmente, con pensamientos románticos y con planteamientos románticos.
Dame más adjetivos
Soñador. Soy amigo, soy muy amigo de mis amigos. Y yo creo que hay algo que está por encima de todo lo que hemos mencionado: yo soy papá. Aprendí en el camino, no hay ningún manual escrito de cómo hacerlo. Pero yo decidí ser papá.
¿En que sueña el soñador?
Bueno, tengo un sueño que nace de un sueño. Tengo la repetición de mi sinfónico, esta vez en Santiago, el 11 de octubre. Pretendo llevar a muchos sitios los bares; hay sitios donde no hay bares y yo los voy a llevar, por eso el concepto de Mar en bar. Y el Volumen 2 lo estoy haciendo con el productor de mi disco de Los insomnios, que es un cubano-español llamado José Maestre, el que fue productor de Como los peces de Carlos Varela y que ha tenido una carrera importante como productor y como músico.