Historias dibujadas con tinta sobre la piel. Símbolos, retratos, frases, nombres, animales, flores, formas… En fin, verdaderas obras de arte que distinguen y definen una identidad.
Detrás de cada tatuaje hay un significado o una intención. Pueden ser rituales, místicos, identitarios o simplemente decorativos, porque cuando el cuerpo es el lienzo se abre un abanico inimaginable de posibilidades, tantas como el universo propio de cada persona para diferenciar y resignificar su singularidad.
A lo largo de la historia, el tatuaje ha fluctuado entre ser percibido como símbolo de humillación y marginación, a signo de individualidad y estatus, dependiendo de las normas sociales vigentes. Hoy, gracias a la creciente aceptación, este arte corporal es una tendencia en auge, que vino a popularizarse a partir de 1960 a través de las celebridades del cine, televisión, música y, más recientemente, de los deportes.
Pero, ¿por qué una persona decide tatuarse? Los tatuajes son, en esencia, algo muy personal, una forma de expresión que plasma para toda la vida un momento, un sentir, una idea. Es una manera de buscar identidad, una forma de decir aquí estoy, así es como me quiero ver y como quiero que me vean. Entonces, en esa búsqueda de sentirse único, pareciera que un solo tatuaje no es suficiente, y allí es cuando viene el segundo, el tercero, el cuarto…(esta es mi teoría y la comprobaremos —o no— más adelante).
Lo cierto es que desde hace más de 5,000 años, los seres humanos hemos marcado nuestra piel para perpetuar un mensaje, uno que llevamos con nosotros hasta el final de nuestros días y que, en el caso Ötzi, también conocido como “El hombre de hielo”, la momia más famosa de Europa, ha trascendido los siglos para mostrarnos que desde el Neolítico los tatuajes son parte de la vida del hombre. En Ötzi encontraron 61 tatuajes lineales; aparentemente, tampoco en la prehistoria un solo tatuaje bastaba.
Amunet, la momia de una sacerdotisa, también demuestra que en el antiguo Egipto las mujeres se tatuaban por motivos religiosos, mientras que otros hallazgos sugieren que acabaron utilizándose como símbolos de culto. En la antigua Grecia los tatuajes se utilizaban para identificar esclavos y criminales, en Roma, a los mercenarios.
De este lado del mundo, los primeros habitantes del continente americano también se tatuaban; los investigadores creen que se utilizaban para la protección de enfermedades o como parte de diferentes rituales.
Igualmente, diversas culturas antiguas de Asia y Oceanía adoptaron esta práctica. Y es precisamente de la Polinesia de donde proviene la palabra tatuaje: Ta tau, onomatopeya del sonido cuando las herramientas tradicionales de hueso afilado penetran la piel, significa “marcar”. Sin embargo, ya hemos visto que la práctica es mucho más antigua que la propia palabra.
El término fue llevado a Europa por el capitán James Cook luego de la expedición que realizara en 1769 en Tahití y otras islas polinesias, y más tarde adaptado como lo conocemos en la actualidad. Para la cultura polinesia, tatuar sigue siendo hoy un proceso sagrado y los diseños son una forma de comunicación con los dioses. También se usan para mostrar el linaje familiar y los logros individuales. Además, el lugar del cuerpo donde se realiza tiene un significado: la parte superior del cuerpo se relaciona con lo espiritual, la inferior, con lo material; el frente se vincula con el futuro y la parte de atrás con el pasado.
El arte de tatuar
A diferencia de lo que ocurre con el ta tau tradicional en la cultura polinesia, donde marcar la piel es parte de la norma social, en Occidente el tatuaje es visto y usado como un signo de individualidad.
Tatuarse se ha vuelto cada vez más popular, la tolerancia social ha aumentado y quien menos piensas tiene uno en alguna parte de su anatomía. Ya no se ocultan bajo la ropa ni se esconden en zonas poco visibles del cuerpo; hoy se lucen, se disfrutan, incluso, se alardea de ellos.
En República Dominicana encontramos multitud de estudios y tatuadores profesionales, especializados en diferentes técnicas y estilos. Conversamos con dos de ellos: Rubi Ureña y Hotsauce. Cada uno con un estilo muy distinto, bien específico y característico.
Hotsauce define su arte como atemporal: “Eso es lo que más me gusta del estilo que elegí: el tradicional americano. Es un estilo que pasa en el tiempo y no se ve viejo, no se ve anticuado”, comenta. Por su lado, Rubi se especializa en ilustraciones científicas y botánicas: flora y fauna, y dice que para ella tatuar es su vida entera. “Al principio, cuando el estilo no está cien por ciento definido, no es tan fácil y la gente te dice ‘yo quiero un nombre, yo quiero esto, yo quiero aquello’. No te dan tanta libertad de proponer como artista”.
Ambos afirman que el tatuaje no es solamente el acto de tatuar, también implica diseñar y dibujar. “Tienes que entregarlo todo al tatuar, es un arte y un oficio, no puede ser visto como un hobby”, dice Hotsauce. “Me gusta cómo se siente cuando entra la aguja en la piel, cuando se estira. Me gusta ver cómo se siente la persona cuando observa lo que tú estás haciendo, la línea, la sombra, los colores, y luego se ve en el espejo como una persona nueva”, añade con una mezcla de pasión y orgullo.
La destreza es clave en estos artistas, un trazo en falso o un error no tiene vuelta atrás, por eso les preguntamos qué hacen para concentrarse. “Cuando uno tatúa hay que moderar la respiración”, afirma Rubi. “Yo agarro tinta, inhalo, aguanto, y voy; terminé, suelto el aire y vuelvo de nuevo. Es un proceso. Por eso cuando una persona tatúa no lo puede hacer si está estresado o sintiéndose enfermo”. Hotsauce agrega: “Relajarse, ‘mutear’ el ruido externo, enfocarse realmente”.
Ambos coinciden en que la mayoría de sus clientes son mujeres; lo atribuyen a que son más decididas y tienen mayor tolerancia al dolor. También concuerdan en que tatuar genitales no es para ellos y señalan que las partes del cuerpo donde más duele son detrás de las rodillas, las costillas, la axila, el cuello y la palma de las manos.
Comprobando mi teoría: cuando el cuerpo es el lienzo, un solo tatuaje no basta
Partiendo de la premisa que tatuar es un arte, cuando el cuerpo es el lienzo, la percepción es que la piel es un espacio vacío al que le falta adorno, y entonces, para algunos, decorarlo se vuelve adictivo: el primer tatuaje, adrenalina pura, autoexpresión. El segundo, fascinación, satisfacción. El tercero, pasión, identidad. El cuarto… El quinto… Decidimos consultar con dos artistas dominicanos a ver qué nos decían al respecto, ambos con más de 20 tatuajes.
Isaac Saviñón, “Panky”, actor y productor, tiene un total de 21 tatuajes y expresa: “Lo que representan para mí trasciende las modas o tendencias. Siempre he tenido claridad en mis deseos y plasmarlos en mi piel es una de esas elecciones íntimamente personales, exclusivamente mía. Mis tatuajes simbolizan fe, perseverancia y el reto constante de superar los obstáculos y mejorarme a mí mismo, todo ello fundamentado en el amor y la energía positiva. Valoro profundamente cada uno de mis tatuajes, ya que representan momentos muy importantes de mi vida”.
La comunicadora y presentadora Pamela Sued tenía unos 18 o 19 años cuando decidió tatuarse una estrella porque, dice, le hacía “ilusión”. En ese momento era un tabú. Recuerda Pamela que tardó varios días para mostrarle ese primer tatuaje a sus padres. Hoy tiene 23 marcas de tinta en su piel. “Esta es la fecha en que ellos, aunque respetan mis gustos y decisiones, dicen que no entienden cuál es la necesidad” (ríe).
“Me encanta tener muchos, pero pequeñitos y coquetos”, afirma Pamela, porque cada uno representa algo importante para ella. “Desde un lugar, un momento hasta mi año de nacimiento. También tengo una frase bíblica, un amanecer, una cruz, algo que me recuerda a mi padre y otro a don Freddy [Beras-Goico], un mini universo; ‘magia’, una de mis palabras favoritas; otras frases y palabras como ‘free soul’, ‘vibes’, ‘live, laugh, love’. También tengo una estrella fugaz, la fecha de nacimiento de mi hijo, un happy face, un rayito, mi isla… Son muchos y todos significativos”.
Entonces surge la pregunta: ¿por qué una persona, sin importar el dolor que implica tatuarse, decide hacerse uno y otro y otro y otro, hasta llegar a más de 20 o, en el caso de Rubi Ureña, a más de 100 en todo el cuerpo?
Precisamente la tatuadora nos cuenta que, en su opinión, el tatuaje resalta la belleza de una parte del cuerpo o cubre la que no gusta mucho. “Y tú dices, OK, no me gusta mucho mi brazo, pero con un tatuaje se vería mejor, o no me gusta tal cicatriz, y se la cubren. Y así siguen”.
La teoría de Hotsauce es que cuando una persona se tatúa se siente mejor, le sube la autoestima, se siente diferente: “Es como un empoderamiento. ‘Este soy yo, mírenme, porque soy diferente’”.
Para Panky, detrás de cada tatuaje hay una historia, un simbolismo y un momento de vida a eternizar. Su aventura en el arte de los tatuajes comenzó con un pequeño sol, obra de un artista en el Viejo San Juan, Puerto Rico, en 1997. “Este pequeño sol marcó el comienzo de una serie de diseños que tenía en mente, como un recordatorio de mis objetivos cada vez que me mirara al espejo; es como un mapa de logros personales. No se trata de temer al olvido, sino valorar cada logro, inscribiéndolos en mi piel”.
Pamela Sued dice amar todos sus tatuajes y cuenta que si tuviera que escoger un favorito, sería el que representa a su familia con tres puntos.
También les preguntamos si quisieran borrar alguno. “No considero eliminar ninguno de mis tatuajes”, respondió enfático Panky. “Cada uno es significativo para mí. La idea de borrar uno equivaldría a querer eliminar un fragmento de mi historia personal, algo que simplemente no contemplaría hacer”.
Pamela afirmó lo mismo: “La verdad, no. Todos fueron muy bien pensados y son muy especiales para mí”.
¿Van por más tatuajes?
Pamela: “Claro que yes” (ríe)
Panky: “Aún me faltan algunas piezas por añadir, todo llegará a su debido tiempo”.
Por lo visto, me atrevo a afirmar que después de un primer tatuaje la puerta para otros no se cierra; por el contrario, se abre de par en par. Porque no importa la razón o vivencia que inspiró el primero, la vida continúa y nuevas experiencias y sentires a ser perpetuados en la piel se presentarán en el camino, historias merecedoras de tinta que seguirán definiendo la identidad de quienes ven en el tatuaje un arte muy íntimo y personal.