POR CIRO BIANCHI ROSS
Es, hoy por hoy, el escritor contemporáneo cubano más leído y el más premiado también. Atesora, entre otros reconocimientos, el muy codiciado Princesa de Asturias, el Premio Nacional de Literatura de Cuba, las medallas Alejo Carpentier y Carlos Fuentes, y, lo que es más importante, el favor generalizado de la crítica y la academia y la fantástica acogida de los lectores que esperan con ansiedad cada nueva obra suya. Tiene unos treinta títulos publicados y está traducido a más de treinta idiomas. El mismo se asombra.
El hombre que, con veinte años de edad, quiso ser, aunque solo un poco, cronista deportivo o geólogo, escribió crónicas y reportajes y publicó su primera novela, Fiebre de caballos, en 1988 para convertirse, a la vuelta de un puñado de años, sin dejar de hacer periodismo, en uno de los narradores más ambiciosos y cosmopolitas de su lengua, creador de un personaje nombrado Mario Conde, protagonista del ciclo Las cuatro estaciones, que es, se afirma, el mayor mito de la narrativa cubana después de Cecilia Valdés (protagonista de la novela homónima de Cirilo Villaverde, fresco impresionante de la vida cubana en el siglo XIX).
Y es que Leonardo Padura es un trabajador infatigable que cree en el oficio y la rutina; trabaja unas cinco horas diarias de lunes a lunes, y antes de concluir un proyecto tiene ya concebido el siguiente. Si El hombre que amaba a los perros (2009) es su novela más traducida, y Como polvo en el viento (2020), aseguran los críticos, la más exitosa, el autor está convencido de que es La novela de mi vida (2002) su mejor novela, en la que, más que en las restantes, hay un mejor equilibrio entre lo que se propuso y lo que consiguió desde lo literario, una obra en la que el resultado estuvo más cerca de la propuesta.
Aquella obra de principios de siglo fue su ruptura con el esquema de Las cuatro estaciones para reaparecer en Adiós, Hemingway y La neblina del ayer, que viola todas las reglas del género; una novela de pérdidas, de nostalgias, un nuevo intento de entender las alteraciones de la vida cubana en los años recientes. Ocho años empleó Padura en Las cuatro estaciones. Dos, en La novela de mi vida. De cinco años fue la investigación que acometió para luego sentarse a escribir El hombre que amaba a los perros; otros tres le exigió Herejes, y treinta y dos meses el proceso de la escritura de La transparencia del tiempo, en tanto que Como polvo en el viento le llevo dos años justos, y unos dieciocho meses su título más reciente, Personas decentes (2022).
Y es que a Padura no le interesa escribir de manera sencilla. Incluso en sus novelas policiales está ausente el tradicional juego con el enigma, son un mero pretexto para escribir otro de tipo de literatura, porque asume el policial para trasmitir al lector una situación mucho más compleja de la que pinta a un hombre matando gente con una pistola en mano. Son falsos policiales. Pero su título más reciente, Personas decentes, no lo es. Es, según él, “la más policial de las tramas que he escrito… con varios muertos y muchos crímenes, físicos, históricos y espirituales”, y también la más habaneras de sus historias. Sobre ella habla Padura en esta entrevista y también sobre su próximo título, Morir en la arena; y acerca de ese emblemático personaje llamado Mario Conde; y de la forma en que concilia historia y ficción en sus novelas; y de sus cercanías literarias y su posición ante la actualidad cubana.
Al filo de los setenta años de edad, este novelista apasionante, arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo, indagador, como se ha dicho, de lo culto y lo popular, y cuyo nombre se baraja con los de sus compatriotas Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante, espera que la vida le permita escribir otras novelas.
UNA MIRADA A LA VEJEZ
Escribe ahora Morir en la arena. ¿Cuándo llegará al lector?
En realidad no sé si ese será el título de la novela que he comenzado y que llegará a manos del lector cuando la termine y pueda publicarla, que no sé cuándo será. La prisa y la literatura no se llevan muy bien.
¿Engrosa el protagonista de esta novela su lista de perdedores?
No se trata de perdedores, son personas que han fracasado por sus propias faltas e incapacidades. Se trata de derrotados, gente vencida por las circunstancias históricas y sociales que las envuelven, superan y determinan. Y eso es lo que les ocurre a muchos de mis personajes, porque le ha ocurrido a muchos de mis compatriotas en este tiempo que hemos vivido. Pretendo que sea una mirada a la vejez de mi generación, que luego de años de trabajo, sacrificios y hasta sueños, llega al final del camino con las manos vacías y a veces los bolsillos y el estómago. Un final triste.
Mario Conde es un perdedor. También lo es Heredia, el de La novela de mi vida, y Cristina, personaje de Fiebre de caballos. Personas decentes es una novela sobre la frustración. A usted le gustan los perdedores. Una vez me dijo que el perdedor, a su juicio, tiene el encanto de recordarnos que todos somos perdedores. Sin embargo, usted conoce el encanto de los premios y el mercado.
Vuelvo a lo anterior: derrotados, no perdedores. Conde es un luchador; va a un combate desigual con una sociedad en la que él, como muchos de sus colegas de generación, están envueltos en una gran derrota histórica, que es la de la utopía, o sea, el proyecto social y político que ha fracasado y que en su derrumbe los ha arrastrado a todos ellos. Y si yo he obtenido premios y he accedido al mercado, ha sido obra de un esfuerzo personal y a la posibilidad de que mi trabajo haya tenido una proyección gracias a mis editoriales extranjeras que mi país no ha podido y, peor aún, que sus instituciones culturales no han querido brindarme. En Cuba hasta me premian, pero como a escondidas, porque luego sigo sin existir públicamente.
HISTORIA Y FICCIÓN
Usted catalogó La novela de mi vida como su narración más lograda. Adiós, Hemingway es la más publicada. Pero Como polvo en el viento es, se dice, la más exitosa de sus novelas. ¿Está de acuerdo?
No lo sé… Mucha gente me habla de El hombre que amaba a los perros. Pero no tengo cifras para demostrar esos éxitos, aunque mis editores sabrían de esa cuestión cuantitativa. Pero yo siento que La novela de mi vida es el libro que más cerca me ha quedado de todo lo que quería expresar en ese juego entre capacidad creativa y deseo que es la creación.
Durante años usted se valió del género policial para escribir novelas. Es decir, no escribió policiales puros, sino novelas con un componente y una connotación social, con el enigma en segundo plano y a veces en tercero. ¿Por qué, con Personas decentes —la más policial de las tramas que ha escrito— sintió “la necesidad de practicar a fondo el género”?
Por exigencias del argumento. Es una novela con dos tramas; una a comienzos del siglo XX y otra ya en el siglo XXI, y en cada una de ellas hay dos o varios asesinatos porque son historias de violencia. La del siglo XX habla de la violencia de la prostitución y la corrupción política; la del XXI, de la violencia del miedo, la represión, la censura… y a esa violencia le vienen bien algunos crímenes de sangre, creo.
¿Cómo concilia en sus novelas historia y ficción?
Depende de la novela, de la historia que esté narrando, de la importancia de los elementos de la época. Lo que sí le puedo asegurar es que soy un investigador minucioso, un respetuoso obsesivo de lo que creo que es la verdad histórica. El balance entre lo ficticio y lo histórico debe ser muy bien trabajado para que al final lo que se lea sea una ficción apoyada en acontecimientos o procesos históricos. Pero ficción. Novela.
MARIO CONDE ENVEJECE
¿Cómo nació Mario Conde?
Como un policía de novela que no debía parecerse a los policías de las novelas que se publicaban en Cuba en esos años. Debía tener carne y huesos, no solo un reglamento bajo el brazo. Debía ser además lo suficientemente inteligente y observador para permitirme que fuera mi perspectiva para mirar la realidad. Quizás en la primera de sus novelas sea un poco funcional, pero a partir de su nacimiento ha ido creciendo y, luego, hasta envejeciendo. Crearlo, hacerlo nacer, ha sido para mí un hallazgo muy importante. Por eso nos hemos soportado todos estos años, ¿no?
¿Cuáles son sus cercanías literarias? Ninguna de ellas parece resultar más notable que la de Mario Vargas Llosa. ¿Qué encuentra en la relectura de Conversación en la catedral antes de comenzar cada nueva novela?
Creo que Vargas Llosa es tan importante como Hemingway, o como Chandler, o como Carpentier, o como Vázquez Montalbán… Y no sigo porque se nos acabaría el espacio. Le debo mucho a muchos y lo reconozco con gratitud. En el caso específico de Conversación en la catedral, la cuestión es de “respiración”; esa novela tan compleja, ambiciosa, abarcadora, me demuestra que la literatura es un gran reto y que uno debe entrar en ella dispuesto a dejar el pellejo en la pelea. Y con ese impulso que me regala a montones esa novela, empiezo a escribir.
De sus propias novelas suele hacer usted versiones —seis o siete— y las da a leer a amigos, editores y traductores. ¿Hasta qué punto acepta sus sugerencias, si es que las hacen?
No siempre, pero casi siempre. Por eso las doy a leer. Una mirada exterior puede encontrar lo que uno no supo ver desde la cercanía y eso me ayuda mucho a escribir mejor. En ocasiones, por supuesto, son cuestiones de gusto y no me preocupo por ellas. Pero si un lector ve algún problema… mejor pensar en él y si es posible resolverlo a tiempo. El escritor no debe creerse el señor de los truenos. La humildad es más productiva que la seguridad y no siempre el detector de mierda funciona a toda capacidad.
ME HICE PERIODISTA HACIENDO PERIODISMO
¿Cuánto del periodista que es hay en el novelista que hoy es Padura?
Mucho, tanto que no he dejado de hacer periodismo. Para mí los años que trabajé como reportero de un diario fue una gran escuela. Soy filólogo, nunca pasé por una escuela de periodismo, así que me hice periodista escribiendo periodismo. En esos años, en la década de 1980, ese ejercicio me permitió practicar lenguajes, estructuras, estrategias de comunicación, que luego aplicaría en las novelas, así como el rigor de las investigaciones históricas que me permitían escribir mis largos reportajes. Además, conocí la otra historia del país, la que no aparece en los libros de texto y es parte de la identidad nacional. Luego, a partir de 1995, cuando dejo de trabajar como periodista, seguí escribiendo crónicas y artículos que me han servido, hasta hoy, para evacuar preocupaciones y obsesiones que no podía incluir en mis novelas. Es decir, sigo siendo un periodista que escribe novelas.
Muy extensa es su bibliografía activa. Eludimos en esta entrevista títulos como el tan publicado Los rostros de la salsa, de entrevistas; de compilaciones de crónicas y artículos, como Entre dos siglos y El alma de las cosas; de ensayo, como José María Heredia: la patria y la vida, y Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso. También sus libros de relatos, entre otros muchos… ¿Cómo ve Leonardo Padura su propia obra publicada?
Con asombro. Llegar a unos treinta títulos, entre novelas, ensayos, libros de cuentos y de periodismo circulando por medio mundo, es para asombrarse.
De los escritores residentes en Cuba, usted es el menos ortodoxo con relación a la política oficial. Ha sido objeto de calificaciones extraliterarias. Algunos le reprochan ser demasiado crítico y otros le reprochan todo lo contrario. ¿Dónde y cómo ubicarlo?
En mi casa de Mantilla… No, en serio, creo en lo que digo, que es lo que pienso y me atengo a las consecuencias. Dentro de Cuba, los ortodoxos me invisibilizan; fuera de Cuba, los ortodoxos me satanizan, y siempre porque no me dejo llevar por sus formas extremas de pensar y actuar, o por algo más elemental y mezquino que es la envidia que, como sabe, entre cubanos crece como la verdolaga. Pero ni una ni otra postura hacia mi obra y persona han impedido que haya alcanzado, dentro y fuera de Cuba, la visibilidad que tengo, las editoriales en las que publico y, sobre todo, la gran cantidad de lectores que he logrado atrapar, dentro y fuera de la Isla, y que se sienten retribuidos por mis opiniones, visiones, reflejos literarios y de juicio respecto a la realidad cubana y su política y sociedad.
Hoy, al filo de los setenta años de edad, con numerosos e importantes premios en su haber y traducciones a unos treinta idiomas, ¿qué espera Leonardo Padura de sí mismo?
Que la vida me dé algunos años más y suficiente salud mental para escribir otras novelas y para ver, si es que llega, un destino posible de ese curso hacia no sé dónde que es la evolución de la sociedad cubana. Sería muy jodido morirse luego de pelear los nueve innings del juego y hasta coger muchos pelotazos para no saber cómo terminará este extrainnings en que andamos metidos.
¿Qué vendrá después de Morir en la arena?
No lo sé… O sí lo sé: más trabajo. Pero de eso hablaremos cuando termine esa novela. Porque si en ese momento me siento en forma, quizás regrese al béisbol, que es más divertido que escribir libros. No sería una mala idea.